LA
NOCHE MÁS TRISTE
La noche más triste fue en
marzo,
en una ciudad triste, por un
camino triste,
a la vera de unos álamos
tristísimos
perfilados por el brillo
verdeazulado
de una media luna no tan
triste,
escondida a medio esconder,
con la forma de una rebanada
de sandía,
como la sonrisa de ella en
días menos tristes.
Caminaban por aquel camino
y un perro negro se les cruza
y los mira con desgano.
Ella no lo ve. El cree haberlo
visto.
No está seguro de nada y no le
quedan fuerzas,
los ojos cansados, la luna
verdeazulada que lo ilumina todo,
un dolor en la espalda.
Creen que no les quedan
fuerzas y no pueden dormir.
Ella escapa pero regresa.
Regresa cada vez con mayor
hastío y no sé qué hago acá, dice.
Cuando él la escucha se
derrumba y siente ganas de caminar,
la vida en la carretera o en
otra ciudad o bajo otro cielo.
A veces se siente decidido y
lo hará,
abre la puerta para largarse y
frena bajo el dintel.
Ella le falta, quiere
llevarla, a la carretera, piensa.
Tiene un amigo: Tido.
Sucio y mal vestido, ¿ves,
Tido?
Está sucio y mal, ¿lo ves,
Tido?
Tido abre sus cuadernos y
escribe relatos y poemas.
Él lo mira pero no lo mira y
espera a que Tido concluya,
en una mano la lapicera, el
recuerdo mediano, el orgullo familiar.
En la otra mano un cigarrillo,
muchos cigarrillos
que bailan en círculos
mientras escribe.
El mira a Tido y piensa en
otras ciudades y en otros dolores y en otros cielos.
Todos los cielos son el mismo
cielo, piensa.
Y es la noche más triste del
mundo,
lo sabe y así lo siente.
Caminan en silencio o
conversan, se abrazan, quieren besarse,
ahí mismo, bajo otra luna, se
amaron entre los álamos tristísimos.
Conoce cada lunar, cada
arruga, cada textura en cada rincón de
piel aduraznada.
Piensa en ello mientras
caminan por el camino triste,
la caminata triste que se
ameniza o se diluye en palabras tristes.
Querer decir algo y mostrar la
palma de la mano,
abrir el puño, relajar la
mandíbula que de apretada provoca la jaqueca.
Están cansados, húmedos y
cansados y la luna triste los acompaña,
mientras Tido fotografía la
escena escondido entre los álamos.
Toma apuntes.
Ella desea cambiar el fondo,
un efecto cinematográfico,
como en una cinta de ciencia
ficción,
mar, rocas, azul marino muy
oscuro sobre más oscuro,
el horizonte que se abre
completo y plano y le dice a ella
que deberá,
que tendrá que soportar los
mismos álamos
tristísimos,
que no hay mar para ellos, que
están lejos del Océano,
que al final no tendrán la
opción del melodrama,
que el melodrama está acá,
menos rosado y menos perfumado,
un melodrama bajo la luna
verdeazulada que no es tan triste, pero da de sí.
No es tan triste, digo, pero
miento.
Todas las lunas son la luna
más triste cuando iluminan escenas tristes,
cuando se debe caminar sin
compañía,
bajo la sombra nocturna de los
álamos,
vacía la botella de vino, una
botella verde,
mil botellas verdes que se
abrieron con placer, con gusto,
botellas conversadas,
habladas,
reídas,
que amenizaron las consignas,
que motivaron las iras
las alegrías,
botellas verdes cómplices,
compinches,
compañeras,
amigas,
compañeras,
compañeras de la vida en
compañía,
de la vida en al descorchar de
una botella,
mirar a los ojos, a través del
vidrio verde,
cuando las noches tristes
estaban lejos,
cuando ni su silueta podía
intuirse o cuando los álamos eran retoños.
Y es la noche más triste que
llegó con marzo,
el marzo de los esfuerzos y de
los proyectos que se desplegaban,
marzo el mes contrito,
arrepentido y culposo de culpas varias,
el marzo culpable debido a un
verano culpable:
bajo el sol, que también es
triste, los zapatos enterrados, cubiertos de tierra,
las palabras ampulosas que
ocultan sentires miserables,
flacos,
tristes, sentires de marzo y
de verano, de luna.
Olvidar a Tido y amigarse con
Tigo;
pero Tido resiste y lo espía
todo entre los álamos,
y escribe el muy maldito, el
muy desgraciado,
y escribe el muy orate, el muy
desequilibrado,
escribe con mi lapicera y espía,
en marzo, el mes más triste.
Ella camina. Y su espalda se
ilumina. Camina.
Camina. Lejos, continúa
caminando y camina,
con Tigo, se van con Tigo.
Y el camino se abre, se
despliega como el horizonte oceánico que ella desea,
Pero ya no piensa en ello, no
mira atrás y si lo hace es cuidadosa.
El mira atrás y no es
cuidadoso y el perro negro le acompaño,
en la noche más triste,
una noche en que las sombras
más negras de los álamos parecen no importar,
recortadas contra el cielo,
más oscuras, más.
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