martes, 11 de marzo de 2014

LA NOCHE MÁS TRISTE









LA NOCHE MÁS TRISTE

La noche más triste fue en marzo,
en una ciudad triste, por un camino triste,
a la vera de unos álamos tristísimos
perfilados por el brillo verdeazulado
de una media luna no tan triste,
escondida a medio esconder,
con la forma de una rebanada de sandía,
como la sonrisa de ella en días menos tristes.
Caminaban por aquel camino
y un perro negro se les cruza y los mira con desgano.
Ella no lo ve. El cree haberlo visto.
No está seguro de nada y no le quedan fuerzas,
los ojos cansados, la luna verdeazulada que lo ilumina todo,
un dolor en la espalda.
Creen que no les quedan fuerzas y no pueden dormir.

Ella escapa pero regresa.
Regresa cada vez con mayor hastío y no sé qué hago acá, dice.
Cuando él la escucha se derrumba y siente ganas de caminar,
la vida en la carretera o en otra ciudad o bajo otro cielo.
A veces se siente decidido y lo hará,
abre la puerta para largarse y frena bajo el dintel.
Ella le falta, quiere llevarla, a la carretera, piensa.
Tiene un amigo: Tido.
Sucio y mal vestido, ¿ves, Tido?
Está sucio y mal, ¿lo ves, Tido?
Tido abre sus cuadernos y escribe relatos y poemas.
Él lo mira pero no lo mira y espera a que Tido concluya,
en una mano la lapicera, el recuerdo mediano, el orgullo familiar.
En la otra mano un cigarrillo, muchos cigarrillos
que bailan en círculos mientras escribe.
El mira a Tido y piensa en otras ciudades y en otros dolores y en otros cielos.

Todos los cielos son el mismo cielo, piensa.
Y es la noche más triste del mundo,
lo sabe y así lo siente.
Caminan en silencio o conversan, se abrazan, quieren besarse,
ahí mismo, bajo otra luna, se amaron entre los álamos tristísimos.
Conoce cada lunar, cada arruga, cada textura en cada rincón de  piel aduraznada.
Piensa en ello mientras caminan por el camino triste,
la caminata triste que se ameniza o se diluye en palabras tristes.
Querer decir algo y mostrar la palma de la mano,
abrir el puño, relajar la mandíbula que de apretada provoca la jaqueca.
Están cansados, húmedos y cansados y la luna triste los acompaña,
mientras Tido fotografía la escena escondido entre los álamos.
Toma apuntes.


Ella desea cambiar el fondo, un efecto cinematográfico,
como en una cinta de ciencia ficción,
mar, rocas, azul marino muy oscuro sobre más oscuro,
el horizonte que se abre completo y plano y le dice a ella
que deberá,
que tendrá que soportar los mismos álamos
tristísimos,
que no hay mar para ellos, que están lejos del Océano,
que al final no tendrán la opción del melodrama,
que el melodrama está acá, menos rosado y menos perfumado,
un melodrama bajo la luna verdeazulada que no es tan triste, pero da de sí.
No es tan triste, digo, pero miento.
Todas las lunas son la luna más triste cuando iluminan escenas tristes,
cuando se debe caminar sin compañía,
bajo la sombra nocturna de los álamos,
vacía la botella de vino, una botella verde,
mil botellas verdes que se abrieron con placer, con gusto,
botellas conversadas,
habladas,
reídas,
que amenizaron las consignas,
que motivaron las iras  
las alegrías,
botellas verdes cómplices,
compinches,
compañeras,
amigas,
compañeras,
compañeras de la vida en compañía,
de la vida en al descorchar de una botella,
mirar a los ojos, a través del vidrio verde,
cuando las noches tristes estaban lejos,
cuando ni su silueta podía intuirse o cuando los álamos eran retoños.

Y es la noche más triste que llegó con marzo,
el marzo de los esfuerzos y de los proyectos que se desplegaban,
marzo el mes contrito, arrepentido y culposo de culpas varias,
el marzo culpable debido a un verano culpable:
bajo el sol, que también es triste, los zapatos enterrados, cubiertos de tierra,
las palabras ampulosas que ocultan sentires miserables,
flacos,
tristes, sentires de marzo y de verano, de luna.
Olvidar a Tido y amigarse con Tigo;
pero Tido resiste y lo espía todo entre los álamos,
y escribe el muy maldito, el muy desgraciado,
y escribe el muy orate, el muy desequilibrado,
escribe con mi lapicera y espía,
en marzo, el mes más triste.


Ella camina. Y su espalda se ilumina. Camina.
Camina. Lejos, continúa caminando y camina,
con Tigo, se van con Tigo.  
Y el camino se abre, se despliega como el horizonte oceánico que ella desea,
Pero ya no piensa en ello, no mira atrás y si lo hace es cuidadosa.
El mira atrás y no es cuidadoso y el perro negro le acompaño,
en la noche más triste,
una noche en que las sombras más negras de los álamos parecen no importar,
recortadas contra el cielo, más oscuras, más.   

  
 
 



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