VIAJE
“Te enterraré a poca profundidad; así podré
desenterrarte cuando quiera y luego te volveré a enterrar. Eso es lo bueno de
la poca profundidad.”
H.S.
Escribe
a mano, con un bolígrafo azul, en un block de actas de cincuenta páginas, de
tapas duras, también azul y cuya marca es El Arte. Se pregunta por el sentido
de aquel nombre. ¿El arte son las actas o la posibilidad de que aquel block sea
un sustento para otra cosa, para otras escrituras, otros textos quizás menos
numéricos o referenciales? Sabe que el arte es técnica y dominio de aquella
misma técnica. Su pregunta se responde a sí misma. Escribir a mano, piensa, es
un arte. Cada línea que se ajusta al modelo de eso que él sabe que se conoce
como un grafema se le antoja como un trazo, como la mancha que se suma a otras
tantas manchas en un todo complejo, en un entramado que cumple con aquello de
que el todo es mayor a la suma de sus partes.
El
Arte. Piensa en vivir la vida por el arte. Pero no sabe que es lo que eso
significa y está bastante seguro de que no lo hará, pero aún así lo piensa. El
arte, sabe, es técnica, dominio y forma y eso es lo apolíneo. Y cuando piensa
en vivir por el arte aspira a lo dionisíaco. Vivir por y para el arte es
desmesura, bruma e incerteza. La Carretera. Así, con mayúsculas. No ha viajado
mucho, pero ama la Carretera. Venas de asfalto, un sistema o un entramado
complejo que facilita el transporte de unidades de sentido a las que es posible
aplicar el zoom para descubrir en ellas mayores, más pequeñas, pero mayores e
intrincadas complejidades. El zoom del zoom. Piensa en la relatividad y piensa
en los gigantes. Lo gigante es relativo. Depende de quién mire hacia arriba, de
cuál sea su límite entre lo grande y lo gigante y hasta dónde acepte la idea de
lo gigante que lo supera.
Va
viajando mientras escribe. En realidad, escribe mientras viaja. Lleva unos
revólveres Colt 45 en una bolsa reutilizable amarilla conmemorativa de un
congreso de defensa de los pueblos indígenas. Piensa: Alguna vez vio una
fotografía tomada con un súper microscopio. Lo llama así ya que desconoce cuál
es el verdadero nombre del objeto. Sabe lo que es una buganvilia, lo que es un asclepiadeo y más o menos intuye
qué es lo dionisíaco. Pero de microscopios no sabe un carajo. En la fotografía
en cuestión, que es parte de una secuencia, aparece un organismo diminuto, un
insecto, pero bien podría haber sido un extraterrestre. Es similar a una pulga
o a un cangrejo. Levemente aterciopelado. Gris verdusco. Un color militar. El
insecto alien luce blando. Como una garrapata. Luce blando, pero apretado,
compacto, fuerte y firme. Sin fisuras. No tiene ojos y pareciera no tener boca
o articulaciones o nada. Pero eso es imposible. Cierta movilidad debe poseer y
algún orificio que le permita alimentarse y otro para excretar, o uno que le
permita combinar ambas funciones. La secuencia fotográfica parece ampliarse en
una oración, en un devenir constituido por cinco o seis fotos. Cada una muestra
un panorama más amplio que la anterior. Así, en insecto alien pierde importancia
en el momento en el que se revela que no es más que una mancha, un pequeño
parásito sujeto a otro insecto mayor, uno que es realmente feo, algo que bien
pudo haber sido una plaga egipcia o quizás qué malignidad, algo negro, rugoso y
apertrechado con mandíbulas para realizar en mayor daño posible. No. Daño no.
Destrucción sí. La naturaleza no daña, y sabe que un insecto horrible, aún por
muy horrible que sea, algún vínculo tendrá con la naturaleza. Así que no. No es
daño lo que provoca, sino que destrucción. La naturaleza destruye para crear.
En fin. El insecto horrible también es parte de una secuencia que se amplía y
amplía y termina revelando que su naturaleza también es parasitaria, que
también se encuentra adherido a un organismo mayor que es muchas veces más
grande que él. Está entonces incrustado entre las placas que dan forma al lomo o armadura de una
chinita. De una mariquita. Así, la mariquita es parasitada por un parasito que
también es parasitado por un parásito que, quizás, también se encuentre
parasitado. No lo sabe. Lo intuye. Deben existir parásitos cada vez más y más
pequeños, lo que le parece una idea tremendamente interesante. Parasitar la
parasitación, lo que sería como beber café a través de papel filtro o con la
boca llena de algodones. Cuando vio aquella foto aun no tenía la bolsa amarilla
reutilizable ni las Colt 45.
Escribe
mientras viaja. A Viña del Mar y a Valparaíso. La primera ciudad no le gusta
para nada. No sabe por qué. Quizás sea un prejuicio. La segunda tampoco le
agrada. La inestabilidad de las construcciones en algo debe influir en quienes
habitan en aquellas construcciones. No sabe muy bien a qué se refiere. Piensa
en que no conoce lugares en los que le gustaría asentarse. Un lugar para vivir.
Y la idea del parásito, los gigantes y la bolsa amarilla reutilizable. Más que
un lugar para vivir, lo que considera como lo realmente importante son las
personas con las cuales vivir.
Han
pasado varios meses desde su última desmesura. Así que sus decisiones no pueden
atribuirse a lo desmesurado. No. Embriagarse lo suficiente como para sentirse
dionisíaco y salir a caminar con la sensación de ser el centro del universo y
ver la magia en cada rincón nefasto de la ciudad. Lo extraña. Extraña el flujo.
La sensación de ser parte de un todo interconectado, la mutua dependencia, como
si de su existencia dependiera la existencia del universo y viceversa. Cuando
fuma marihuana, lo que hace muy de vez en cuando ya que ésta la provoca
jaquecas y un insoportable dolor que se mueve entre el interior y el fondo de su
ojo izquierdo, no siente lo mismo. En esos momentos lo que le gusta es la
música y la soledad. Bailar, quizás, pero siempre solo. Ahí es cuando se retira a un refugio
interior, un triángulo de piel y carne que, cree, se ubica entre sus genitales
y su ombligo. Prefiere estar ebrio. Menor trascendencia, menor importancia,
mayor desmesura. Cosquillas menos intensas en su dedos, menos intensas y mucho
menos abstractas que bajo el influjo de otras drogas. Y eso es lo que prefiere.
Esa cierta puerilidad de la embriaguez.
Piensa:
son escasas las apologías del alcohol. O eso es lo que cree. No es un borracho
empedernido ni un bohemio ni mucho menos un alcohólico. Recuerda el alcoholismo
de Bukowski y piensa en que quizás él realizó una apología del alcohol, pero no
está seguro de ello. Bajo la cruz del Sur. Él, no Bukowsi. Hank no le parece
del tipo apologético. Y si es que lo hubiese hecho, el resulto hubiese sido de
lo más pintoresco. Viejo chivatón, panzón y el rostro destrozado por un acné
como solo podía verse hasta 1960. La expresión alcohólica y destrozada por los
empleos ocasionales y por la desmesura. Hank está desnudo. El rostro, el pecho
y el vientre chorreados de vino. Hank baila alrededor de una hoguera alimentada
por leños que parecen huesos humanos. Una mirada detenida con el súper
microscopio permite establecer que sí, que quizás sí sean huesos humanos. De
ahí el perfume del cerdo asado. Pero eso es poco importante, o al menos tan
poco importante como podría ser la prefiguración de una atmósfera. El asunto
importante es que Hank baila como un orate desnudo y manchado con un vino que
parece sangre, baila Hank alrededor del fuego e intenta saltarlo como parte de
su ritual. Está muy ebrio. Quizás no lo logre. Hank intenta saltar la hoguera y
brinca torpemente, con movimientos que se asemejan a los de una mezcladora de
cemento o un refrigerador jugando al luche, a la rayuela o al avión. Es viejo y
está ebrio. Apenas, sin embargo, lo logra. El perfume del cerdo asado se mezcla
con el vaho ácido del pelo chamuscado. Él, que observa mientras sigue viajando,
piensa en el escaso vello púbico y en las mechas ralas de Hank y se acerca con
la bolsa amarilla reutilizable entre los brazos. El viejo está en el piso,
junto a la hoguera, como un gato gordo y gigante, pero lo gigante depende de la
perspectiva, piensa, y el viejo tiene el rostro triste y escribe. Parece un
texto lírico en verso libre. Es imposible explicar como lo ha hecho y de dónde
ha sacado el bolígrafo azul y el block de actas de tapas duras en el que
escribe. Deux ex machina. El texto habla acerca de detectives, de una
degenerada y autocomplaciente forma de anarquismo, habla de la cercanía de un
túnel en la carretera entre Valparaíso y Santiago, habla de un tarde bella bajo
el sol del otoño, habla de no atreverse, de la cobardía y de no querer
enfrentarlo. Vagamente, habla sobre el alcohol. Hank está muy ebrio y escribe
sobre sus ganas de morir, acerca de lo desmesurado como un descenso hacia el
núcleo abyecto, habla de morir y de tener miedo y del alcohol como un escudo
contra el miedo, como el prisma de la relatividad frente a los gigantes y del
alcohol como la costura líquida de las telas que constituyen el flujo. Pero no
hay flujo. Esa es la apología de Bukowski. Pero eso él lo intuye. No sabe si el
texto existe o si es que el escritor tenía la costumbre de rebajar su vello
púbico con las llamas alimentadas por los cuerpos de poetas y de prostitutas.
Pero más poetas que prostitutas. Poetas jóvenes. Algunos narradores. Algunos
que al mismo tiempo narran y poetizan, pero esos son los menos. Son esta calaña
de personajes los que aman alimentar las llamas de las hogueras.
Sigue
viajando. Piensa en lo extraño que es llevar un par de revólveres cargados como
equipaje. Esos revólveres Colt 45. Hace un tiempo escribió un poema acerca de
la valentía y de la muerte en el far west y de disparar, como El Hombre sin
Nombre, los Colt desde cerca. Hace menos tiempo escribió otro texto en el que
describía la escena final de una obra teatral representada en un escenario
polaco. Ahí, el protagonista dispara a sangre fría a su antagonista, quien es
también la mujer a quien ama, por lo que la obra es una tragedia. Obviamente,
el arma homicida es un revolver Colt 45. Él lleva un cartel colgando de su cuello
que lleva escrita la frase lo siento. Ella
también lleva un cartel en su cuello en el que se puede leer la palabra Polonia. Llegó a Polonia por un juego de
palabras o metonimia, pero eso es un secreto que se llevará a la tumba. Al
final de la tragedia ella luce desparramada sobre el escenario en una pose
brutal que la deshumaniza; solo su rostro sigue siendo bello, el más bello del
mundo, y mira hacia el público con una expresión incrédula. El telón baja
mientras la iluminación tiñe la última escena de un rojo intenso, pegajoso,
metálico.
Ha
viajado hartas horas ya. Le duele el cuello y el culo y está cansado y con
sueño. Su asiento está demasiado vertical como para dormir, pero no lo bajará.
La mujer que viaja a su lado, a quien no conoce y en su vida jamás ha visto, le
parece bella y duerme. Si él busca la horizontalidad quedará a la altura de
ella, lo que sería como compartir una cama, dormir juntos, y eso lo considera
una vulneración y una irrupción similar a las que lo han llevado a portar dos
revólveres Colt 45 en una bolsa amarilla reutilizable. Él no sabe que la mujer en
realidad no duerme, sino que lo observa a través de sus anteojos oscuros y
piensa en lo extraño del personaje que la acompaña. El tipo escribe y escribe y
cuida demasiado esa bolsa amarilla que lleva junto a sus piernas. Tiene la cara
de un desequilibrado, no de un loco, sino que de alguien con la tendencia hacia
el desequilibrio y la desmesura que se encuentra en un muy mal momento y que
parece no haber dormido en un par de días. Mira por la ventana cuando no
escribe y pareciera que va a llorar, pero se contiene escribiendo. Es
atractivo, piensa ella, la chaqueta militar, las gafas negras de piloto, el
cabello sucio, el bigote desarreglado, la frente arrugada, el sueño de una
veinteañera. Un hombre para cuidar, según una mujer de más de veinticinco. Un
despojo romántico, para la mayoría de las que tienen más de treinta. Un
despropósito o alguien a quien darle monedas en la calle, según una de más de treintaicinco.
Su cara de desequilibrado es muy extraña, siniestra quizás, pero eso es algo
que lo vuelve aun más atractivo, lo que no significa que sea guapo, es
atractivo como también lo son las fogatas. Y nunca metería las manos en una
fogata, piensa ella, por más que sea la más atractiva de las fogatas. Así, ella
lo espía y él la espía pensando en que duerme. Antes de llegar al túnel el tipo
suspira muy profundo, como si su alma se le escapara en aquel suspiro y ella
encuentra el gesto como lo más absurdo del día, como el extremo del patetismo y
estalla en una risa estrepitosa que él no puede no detectar y se avergüenza de
sus romanticismos pegando la frente a la ventana y sin volver a mirarla en lo
que queda del viaje.
Hace
un par de días soñó algo interesante. Interesante debido a que nunca recuerda
sus sueños y si es que ahora lo hace,
piensa, algún sentido tendrá aquel recuerdo. El sueño en cuestión carece de una
narrativa coherente. Quizás todos los sueños son así, pero desconoce cómo es
que sueñan las demás personas así que no está para nada seguro acerca de la
coherencia o incoherencia de sus propios sueños. Ni siquiera está seguro de que
lo que él entiende por amargo, anaranjado o fresco sea algo igual o similar a
lo que otros entienden como amargo, anaranjado o fresco. En fin. La cosa es que
en el sueño recuerda verse sacando fotografías de la cordillera nevada hasta su
base, una mezcla de blanco muy brillante con azul y negro, muchas fotografías
de una cordillera que lucía muy cercana pero que él sabía que estaba lejana, o
tan lejana como debía estar. La imagen de la cordillera se le antojaba como la
del Mont Blanc, o como lo que él sabía del Mont Blanc gracias a fotografías,
videos y a lo que un viejo instructor de montaña retirado, que había estado en
el Mont Blanc, le relató en algún momento. Pero eso es otra historia. Él saca
las fotografías y la cordillera se ve completa, hasta su base nevada. Desde
aquella misma base comienzan las hileras de casas que conforman el suburbio
donde él aloja. Envía esas fotografías con muchas ansias y expectativas a quién
sabe qué personaje. Pero se siente contento de enviarlas y de compartir los
ribetes azules del hielo con aquel personaje. Se siente contento y espera una
respuesta. Revisa otras fotografías en las que aparece retratado junto a
personas que no conoce, en calles, corriendo, riendo, conversando, saltando.
Parece gustoso de ir con unos desconocidos sobre cuyas identidades no quiere
saber nada. Eso lo arruina todo, piensa. Viste unos jeans gastados y apretados,
zapatos de media caña amarrados sobre los jeans y una camiseta blanca con
delgadas líneas negras. Se ve contento y se contenta de verse contento. Feliz
por aquella compañía y de estar en aquel lugar. Pero es solo un sueño.
Sigue
viajando. Viña del Mar, Valparaíso,
Santiago, Valparaíso, San Felipe, Santiago, San Felipe. Ese es el itinerario
completo para dos días. Faltan algunas horas para completarlo todo. Aún así,
con mucha anticipación, lleva sus Colt cargados y sin seguro en su bolsa
amarilla reutilizable. Piensa en lo cuidadoso que ha sido con las palabras. No
ha dicho cosas compromisorias ni prometedoras y se ha preocupado de no actuar
de forma tal en que sus acciones pueden ser interpretadas como compromisorias o
prometedoras. Ella, él lo sabe, se ha precipitado y lo intuye todo. De hecho
sabe que él viaja con los revólveres cargados. Pero para ella no son revólveres
sino que todo él, él completo es una herramienta balística, una bomba de tiempo
o un frasco con nitroglicerina a punto de estallar y que se llevará consigo
todo lo que esté en un radio de veinticinco metros..
A
esa hora ambos viajan. Con destinos, horarios y en vehículos distintos. Pero
durante el día volverán a encontrarse. Él cumplirá con antiguos compromisos
contraídos con bastante anticipación y disparará sus revólveres. Aún no sabe
cómo hacerlo. ¿Viste las señales? Piensa que dirá, te lo he dicho en variadas
formas, piensa que continuará, y ambos
sabemos que este es el último viaje, que no hay regreso, que no habrá otro
capítulo; al final es esto y solo esto lo que tenemos y lo que guardaremos,
porque ambos sabemos qué es lo que guardo en mi bolsa amarilla reutilizable y
eso, lo sabemos, no nos permitirá un reencuentro; y traté de tener un bello día
y muy probablemente no lo logré del todo, pero no habrán otras oportunidades,
piensa que dirá, que dirá, que dirá atropelladamente mientras descarga ambas
Colt 45 sobre el vientre de ella. Los
rostros de ambos están salpicados de sangre y ella comienza a apagarse mientras
que por los pasillos del edificio aún suenan los ecos de los dos disparos realizados
al unísono. Si alguien se situara detrás de ella podría ver los dos amplios
agujeros de bala calibre 45 que se han abierto cáusticos y limpios a través de
su carne, tan limpios que desde la posición adecuada podría verse a través de
las cavidades el rostro de él, enmarcado por aquellos orificios en la carne que
no evidencian ni hueso ni vísceras ni nada. Dos túneles desde lo que ni sangre
sale, sino que ésta pareciera manar desde alrededor, no desde el interior. Ese
es el plan y como espera que resulte. Pero, sabe, no será así.
El
último viaje desde la provincia hasta la capital. Ambas Colt siguen en la bolsa
amarilla reutilizable que él utiliza como una cartera. Van junto a una novela
que está leyendo y un libro de cuentos ya leído, de Bolaño, que porta por
convicción. Desde que asumió esta especial perspectiva frente a la vida siempre
lleva algo de Bolaño entre sus cosas. Vivir del arte. De El Arte. De helarte,
piensa mientras escribe. Piensa además en que debió ser punky. Siempre coqueteó
con la desmesura y con la rebelión. Pero se contuvo. El ácrata siempre ha
vibrado en su interior, piensa, pero sabe, en el fondo, que ese ácrata no es
tal sino que es solo un nudo de inconformismo y desesperación por algo mágico a lo que nunca ha
podido acceder. Al final, es el ácrata quien lleva las Colt 45. Parásito del ácrata, un imagen tomada en zoom
al lomo del ácrata lo revela a él, feo pero atractivo, bebiendo café con la
boca llena de algodones mientras el bus se estaciona en el andén, mientras baja
por las escalaras del vehículo y amartilla los revólveres que son más pesados
de lo que se imaginaba, sudando frió mientras recuerda al Hombre sin Nombre disparando
a sangre fría y desde cerca. Espera tener suficientes municiones. Sabe, en el
fondo, que todo aquel que dispara un par de Colts 45 recibirá alguna que otra
bala por respuesta.