lunes, 31 de marzo de 2014

Viaje



VIAJE

“Te enterraré a poca profundidad; así podré desenterrarte cuando quiera y luego te volveré a enterrar. Eso es lo bueno de la poca profundidad.”
H.S.
Escribe a mano, con un bolígrafo azul, en un block de actas de cincuenta páginas, de tapas duras, también azul y cuya marca es El Arte. Se pregunta por el sentido de aquel nombre. ¿El arte son las actas o la posibilidad de que aquel block sea un sustento para otra cosa, para otras escrituras, otros textos quizás menos numéricos o referenciales? Sabe que el arte es técnica y dominio de aquella misma técnica. Su pregunta se responde a sí misma. Escribir a mano, piensa, es un arte. Cada línea que se ajusta al modelo de eso que él sabe que se conoce como un grafema se le antoja como un trazo, como la mancha que se suma a otras tantas manchas en un todo complejo, en un entramado que cumple con aquello de que el todo es mayor a la suma de sus partes.
El Arte. Piensa en vivir la vida por el arte. Pero no sabe que es lo que eso significa y está bastante seguro de que no lo hará, pero aún así lo piensa. El arte, sabe, es técnica, dominio y forma y eso es lo apolíneo. Y cuando piensa en vivir por el arte aspira a lo dionisíaco. Vivir por y para el arte es desmesura, bruma e incerteza. La Carretera. Así, con mayúsculas. No ha viajado mucho, pero ama la Carretera. Venas de asfalto, un sistema o un entramado complejo que facilita el transporte de unidades de sentido a las que es posible aplicar el zoom para descubrir en ellas mayores, más pequeñas, pero mayores e intrincadas complejidades. El zoom del zoom. Piensa en la relatividad y piensa en los gigantes. Lo gigante es relativo. Depende de quién mire hacia arriba, de cuál sea su límite entre lo grande y lo gigante y hasta dónde acepte la idea de lo gigante que lo supera.
Va viajando mientras escribe. En realidad, escribe mientras viaja. Lleva unos revólveres Colt 45 en una bolsa reutilizable amarilla conmemorativa de un congreso de defensa de los pueblos indígenas. Piensa: Alguna vez vio una fotografía tomada con un súper microscopio. Lo llama así ya que desconoce cuál es el verdadero nombre del objeto. Sabe lo que es una buganvilia,  lo que es un asclepiadeo y más o menos intuye qué es lo dionisíaco. Pero de microscopios no sabe un carajo. En la fotografía en cuestión, que es parte de una secuencia, aparece un organismo diminuto, un insecto, pero bien podría haber sido un extraterrestre. Es similar a una pulga o a un cangrejo. Levemente aterciopelado. Gris verdusco. Un color militar. El insecto alien luce blando. Como una garrapata. Luce blando, pero apretado, compacto, fuerte y firme. Sin fisuras. No tiene ojos y pareciera no tener boca o articulaciones o nada. Pero eso es imposible. Cierta movilidad debe poseer y algún orificio que le permita alimentarse y otro para excretar, o uno que le permita combinar ambas funciones. La secuencia fotográfica parece ampliarse en una oración, en un devenir constituido por cinco o seis fotos. Cada una muestra un panorama más amplio que la anterior. Así, en insecto alien pierde importancia en el momento en el que se revela que no es más que una mancha, un pequeño parásito sujeto a otro insecto mayor, uno que es realmente feo, algo que bien pudo haber sido una plaga egipcia o quizás qué malignidad, algo negro, rugoso y apertrechado con mandíbulas para realizar en mayor daño posible. No. Daño no. Destrucción sí. La naturaleza no daña, y sabe que un insecto horrible, aún por muy horrible que sea, algún vínculo tendrá con la naturaleza. Así que no. No es daño lo que provoca, sino que destrucción. La naturaleza destruye para crear. En fin. El insecto horrible también es parte de una secuencia que se amplía y amplía y termina revelando que su naturaleza también es parasitaria, que también se encuentra adherido a un organismo mayor que es muchas veces más grande que él. Está entonces incrustado entre las placas  que dan forma al lomo o armadura de una chinita. De una mariquita. Así, la mariquita es parasitada por un parasito que también es parasitado por un parásito que, quizás, también se encuentre parasitado. No lo sabe. Lo intuye. Deben existir parásitos cada vez más y más pequeños, lo que le parece una idea tremendamente interesante. Parasitar la parasitación, lo que sería como beber café a través de papel filtro o con la boca llena de algodones. Cuando vio aquella foto aun no tenía la bolsa amarilla reutilizable ni las Colt 45.
Escribe mientras viaja. A Viña del Mar y a Valparaíso. La primera ciudad no le gusta para nada. No sabe por qué. Quizás sea un prejuicio. La segunda tampoco le agrada. La inestabilidad de las construcciones en algo debe influir en quienes habitan en aquellas construcciones. No sabe muy bien a qué se refiere. Piensa en que no conoce lugares en los que le gustaría asentarse. Un lugar para vivir. Y la idea del parásito, los gigantes y la bolsa amarilla reutilizable. Más que un lugar para vivir, lo que considera como lo realmente importante son las personas con las cuales vivir.
Han pasado varios meses desde su última desmesura. Así que sus decisiones no pueden atribuirse a lo desmesurado. No. Embriagarse lo suficiente como para sentirse dionisíaco y salir a caminar con la sensación de ser el centro del universo y ver la magia en cada rincón nefasto de la ciudad. Lo extraña. Extraña el flujo. La sensación de ser parte de un todo interconectado, la mutua dependencia, como si de su existencia dependiera la existencia del universo y viceversa. Cuando fuma marihuana, lo que hace muy de vez en cuando ya que ésta la provoca jaquecas y un insoportable dolor que se mueve entre el interior y el fondo de su ojo izquierdo, no siente lo mismo. En esos momentos lo que le gusta es la música y la soledad. Bailar, quizás, pero siempre solo.  Ahí es cuando se retira a un refugio interior, un triángulo de piel y carne que, cree, se ubica entre sus genitales y su ombligo. Prefiere estar ebrio. Menor trascendencia, menor importancia, mayor desmesura. Cosquillas menos intensas en su dedos, menos intensas y mucho menos abstractas que bajo el influjo de otras drogas. Y eso es lo que prefiere. Esa cierta puerilidad de la embriaguez.
Piensa: son escasas las apologías del alcohol. O eso es lo que cree. No es un borracho empedernido ni un bohemio ni mucho menos un alcohólico. Recuerda el alcoholismo de Bukowski y piensa en que quizás él realizó una apología del alcohol, pero no está seguro de ello. Bajo la cruz del Sur. Él, no Bukowsi. Hank no le parece del tipo apologético. Y si es que lo hubiese hecho, el resulto hubiese sido de lo más pintoresco. Viejo chivatón, panzón y el rostro destrozado por un acné como solo podía verse hasta 1960. La expresión alcohólica y destrozada por los empleos ocasionales y por la desmesura. Hank está desnudo. El rostro, el pecho y el vientre chorreados de vino. Hank baila alrededor de una hoguera alimentada por leños que parecen huesos humanos. Una mirada detenida con el súper microscopio permite establecer que sí, que quizás sí sean huesos humanos. De ahí el perfume del cerdo asado. Pero eso es poco importante, o al menos tan poco importante como podría ser la prefiguración de una atmósfera. El asunto importante es que Hank baila como un orate desnudo y manchado con un vino que parece sangre, baila Hank alrededor del fuego e intenta saltarlo como parte de su ritual. Está muy ebrio. Quizás no lo logre. Hank intenta saltar la hoguera y brinca torpemente, con movimientos que se asemejan a los de una mezcladora de cemento o un refrigerador jugando al luche, a la rayuela o al avión. Es viejo y está ebrio. Apenas, sin embargo, lo logra. El perfume del cerdo asado se mezcla con el vaho ácido del pelo chamuscado. Él, que observa mientras sigue viajando, piensa en el escaso vello púbico y en las mechas ralas de Hank y se acerca con la bolsa amarilla reutilizable entre los brazos. El viejo está en el piso, junto a la hoguera, como un gato gordo y gigante, pero lo gigante depende de la perspectiva, piensa, y el viejo tiene el rostro triste y escribe. Parece un texto lírico en verso libre. Es imposible explicar como lo ha hecho y de dónde ha sacado el bolígrafo azul y el block de actas de tapas duras en el que escribe. Deux ex machina. El texto habla acerca de detectives, de una degenerada y autocomplaciente forma de anarquismo, habla de la cercanía de un túnel en la carretera entre Valparaíso y Santiago, habla de un tarde bella bajo el sol del otoño, habla de no atreverse, de la cobardía y de no querer enfrentarlo. Vagamente, habla sobre el alcohol. Hank está muy ebrio y escribe sobre sus ganas de morir, acerca de lo desmesurado como un descenso hacia el núcleo abyecto, habla de morir y de tener miedo y del alcohol como un escudo contra el miedo, como el prisma de la relatividad frente a los gigantes y del alcohol como la costura líquida de las telas que constituyen el flujo. Pero no hay flujo. Esa es la apología de Bukowski. Pero eso él lo intuye. No sabe si el texto existe o si es que el escritor tenía la costumbre de rebajar su vello púbico con las llamas alimentadas por los cuerpos de poetas y de prostitutas. Pero más poetas que prostitutas. Poetas jóvenes. Algunos narradores. Algunos que al mismo tiempo narran y poetizan, pero esos son los menos. Son esta calaña de personajes los que aman alimentar las llamas de las hogueras.
Sigue viajando. Piensa en lo extraño que es llevar un par de revólveres cargados como equipaje. Esos revólveres Colt 45. Hace un tiempo escribió un poema acerca de la valentía y de la muerte en el far west y de disparar, como El Hombre sin Nombre, los Colt desde cerca. Hace menos tiempo escribió otro texto en el que describía la escena final de una obra teatral representada en un escenario polaco. Ahí, el protagonista dispara a sangre fría a su antagonista, quien es también la mujer a quien ama, por lo que la obra es una tragedia. Obviamente, el arma homicida es un revolver Colt 45. Él lleva un cartel colgando de su cuello que lleva escrita la frase lo siento. Ella también lleva un cartel en su cuello en el que se puede leer la palabra Polonia. Llegó a Polonia por un juego de palabras o metonimia, pero eso es un secreto que se llevará a la tumba. Al final de la tragedia ella luce desparramada sobre el escenario en una pose brutal que la deshumaniza; solo su rostro sigue siendo bello, el más bello del mundo, y mira hacia el público con una expresión incrédula. El telón baja mientras la iluminación tiñe la última escena de un rojo intenso, pegajoso, metálico.
Ha viajado hartas horas ya. Le duele el cuello y el culo y está cansado y con sueño. Su asiento está demasiado vertical como para dormir, pero no lo bajará. La mujer que viaja a su lado, a quien no conoce y en su vida jamás ha visto, le parece bella y duerme. Si él busca la horizontalidad quedará a la altura de ella, lo que sería como compartir una cama, dormir juntos, y eso lo considera una vulneración y una irrupción similar a las que lo han llevado a portar dos revólveres Colt 45 en una bolsa amarilla reutilizable. Él no sabe que la mujer en realidad no duerme, sino que lo observa a través de sus anteojos oscuros y piensa en lo extraño del personaje que la acompaña. El tipo escribe y escribe y cuida demasiado esa bolsa amarilla que lleva junto a sus piernas. Tiene la cara de un desequilibrado, no de un loco, sino que de alguien con la tendencia hacia el desequilibrio y la desmesura que se encuentra en un muy mal momento y que parece no haber dormido en un par de días. Mira por la ventana cuando no escribe y pareciera que va a llorar, pero se contiene escribiendo. Es atractivo, piensa ella, la chaqueta militar, las gafas negras de piloto, el cabello sucio, el bigote desarreglado, la frente arrugada, el sueño de una veinteañera. Un hombre para cuidar, según una mujer de más de veinticinco. Un despojo romántico, para la mayoría de las que tienen más de treinta. Un despropósito o alguien a quien darle monedas en la calle, según una de más de treintaicinco. Su cara de desequilibrado es muy extraña, siniestra quizás, pero eso es algo que lo vuelve aun más atractivo, lo que no significa que sea guapo, es atractivo como también lo son las fogatas. Y nunca metería las manos en una fogata, piensa ella, por más que sea la más atractiva de las fogatas. Así, ella lo espía y él la espía pensando en que duerme. Antes de llegar al túnel el tipo suspira muy profundo, como si su alma se le escapara en aquel suspiro y ella encuentra el gesto como lo más absurdo del día, como el extremo del patetismo y estalla en una risa estrepitosa que él no puede no detectar y se avergüenza de sus romanticismos pegando la frente a la ventana y sin volver a mirarla en lo que queda del viaje.
Hace un par de días soñó algo interesante. Interesante debido a que nunca recuerda sus sueños  y si es que ahora lo hace, piensa, algún sentido tendrá aquel recuerdo. El sueño en cuestión carece de una narrativa coherente. Quizás todos los sueños son así, pero desconoce cómo es que sueñan las demás personas así que no está para nada seguro acerca de la coherencia o incoherencia de sus propios sueños. Ni siquiera está seguro de que lo que él entiende por amargo, anaranjado o fresco sea algo igual o similar a lo que otros entienden como amargo, anaranjado o fresco. En fin. La cosa es que en el sueño recuerda verse sacando fotografías de la cordillera nevada hasta su base, una mezcla de blanco muy brillante con azul y negro, muchas fotografías de una cordillera que lucía muy cercana pero que él sabía que estaba lejana, o tan lejana como debía estar. La imagen de la cordillera se le antojaba como la del Mont Blanc, o como lo que él sabía del Mont Blanc gracias a fotografías, videos y a lo que un viejo instructor de montaña retirado, que había estado en el Mont Blanc, le relató en algún momento. Pero eso es otra historia. Él saca las fotografías y la cordillera se ve completa, hasta su base nevada. Desde aquella misma base comienzan las hileras de casas que conforman el suburbio donde él aloja. Envía esas fotografías con muchas ansias y expectativas a quién sabe qué personaje. Pero se siente contento de enviarlas y de compartir los ribetes azules del hielo con aquel personaje. Se siente contento y espera una respuesta. Revisa otras fotografías en las que aparece retratado junto a personas que no conoce, en calles, corriendo, riendo, conversando, saltando. Parece gustoso de ir con unos desconocidos sobre cuyas identidades no quiere saber nada. Eso lo arruina todo, piensa. Viste unos jeans gastados y apretados, zapatos de media caña amarrados sobre los jeans y una camiseta blanca con delgadas líneas negras. Se ve contento y se contenta de verse contento. Feliz por aquella compañía y de estar en aquel lugar. Pero es solo un sueño.
Sigue viajando.  Viña del Mar, Valparaíso, Santiago, Valparaíso, San Felipe, Santiago, San Felipe. Ese es el itinerario completo para dos días. Faltan algunas horas para completarlo todo. Aún así, con mucha anticipación, lleva sus Colt cargados y sin seguro en su bolsa amarilla reutilizable. Piensa en lo cuidadoso que ha sido con las palabras. No ha dicho cosas compromisorias ni prometedoras y se ha preocupado de no actuar de forma tal en que sus acciones pueden ser interpretadas como compromisorias o prometedoras. Ella, él lo sabe, se ha precipitado y lo intuye todo. De hecho sabe que él viaja con los revólveres cargados. Pero para ella no son revólveres sino que todo él, él completo es una herramienta balística, una bomba de tiempo o un frasco con nitroglicerina a punto de estallar y que se llevará consigo todo lo que esté en un radio de veinticinco metros..
A esa hora ambos viajan. Con destinos, horarios y en vehículos distintos. Pero durante el día volverán a encontrarse. Él cumplirá con antiguos compromisos contraídos con bastante anticipación y disparará sus revólveres. Aún no sabe cómo hacerlo. ¿Viste las señales? Piensa que dirá, te lo he dicho en variadas formas, piensa que continuará,  y ambos sabemos que este es el último viaje, que no hay regreso, que no habrá otro capítulo; al final es esto y solo esto lo que tenemos y lo que guardaremos, porque ambos sabemos qué es lo que guardo en mi bolsa amarilla reutilizable y eso, lo sabemos, no nos permitirá un reencuentro; y traté de tener un bello día y muy probablemente no lo logré del todo, pero no habrán otras oportunidades, piensa que dirá, que dirá, que dirá atropelladamente mientras descarga ambas Colt 45  sobre el vientre de ella. Los rostros de ambos están salpicados de sangre y ella comienza a apagarse mientras que por los pasillos del edificio aún suenan los ecos de los dos disparos realizados al unísono. Si alguien se situara detrás de ella podría ver los dos amplios agujeros de bala calibre 45 que se han abierto cáusticos y limpios a través de su carne, tan limpios que desde la posición adecuada podría verse a través de las cavidades el rostro de él, enmarcado por aquellos orificios en la carne que no evidencian ni hueso ni vísceras ni nada. Dos túneles desde lo que ni sangre sale, sino que ésta pareciera manar desde alrededor, no desde el interior. Ese es el plan y como espera que resulte. Pero, sabe, no será así.
El último viaje desde la provincia hasta la capital. Ambas Colt siguen en la bolsa amarilla reutilizable que él utiliza como una cartera. Van junto a una novela que está leyendo y un libro de cuentos ya leído, de Bolaño, que porta por convicción. Desde que asumió esta especial perspectiva frente a la vida siempre lleva algo de Bolaño entre sus cosas. Vivir del arte. De El Arte. De helarte, piensa mientras escribe. Piensa además en que debió ser punky. Siempre coqueteó con la desmesura y con la rebelión. Pero se contuvo. El ácrata siempre ha vibrado en su interior, piensa, pero sabe, en el fondo, que ese ácrata no es tal sino que es solo un nudo de inconformismo y desesperación            por algo mágico a lo que nunca ha podido acceder. Al final, es el ácrata quien lleva las Colt 45.  Parásito del ácrata, un imagen tomada en zoom al lomo del ácrata lo revela a él, feo pero atractivo, bebiendo café con la boca llena de algodones mientras el bus se estaciona en el andén, mientras baja por las escalaras del vehículo y amartilla los revólveres que son más pesados de lo que se imaginaba, sudando frió mientras recuerda al Hombre sin Nombre disparando a sangre fría y desde cerca. Espera tener suficientes municiones. Sabe, en el fondo, que todo aquel que dispara un par de Colts 45 recibirá alguna que otra bala por respuesta.        
  
             

domingo, 23 de marzo de 2014

MARZO



Marzo

Y marzo llegó con la distancia,
con un poco de frío, con nuevas novelas,
con ansias de sopaipillas y de vino y de verdad.
El tiempo pasa, dices, el tiempo que se lo lleva todo al demonio.
Y las nubes, las nubes y el pathos, los narradores latinoamericanos,
las catedrales que se ven desde el piso cinco.
27 años. El tiempo lento, la Edad de Oro, la edad del oro.
Mirar, apuntar, apuntalar en marzo, con 27 años y con menos dientes,
menos estómago, menos ojos, el silencio, los ojos de un viejo,
los kilómetros.

PROMETEO



PROMETEO:

Y caminando por calles de fuego
me encontré con Prometeo.
Me encontré con Prometeo y las calles de fuego se volvieron calles de sangre,
ríos de sangre, torrentes de sangre que avanzaban raudos hacia el fin,
raudos torrentes de sangre por cuya orilla caminé junto a Prometeo.
Estaba viejo el titán, nada titánico,
el vientre abierto y sangrante, la sangre que fluía por sus muslos desnudos
describiendo un camino sinuoso, un camino descendente
que
terminaba en las plantas de sus pies,
huellas rojas, pisadas, el rastro del titán.
La ferula communis, la cañaheja la llevaba en su mano izquierda
y con la derecha me apuntaba,
como un loco, un milenarista,
me apuntaba y me culpaba silencioso
y el poder de su dedo índice era el poder de un cañón,
un arma de destrucción masiva,
sus dedos, pulgar, índice, medio, anular, meñique, el equipo completo,
todos armas de destrucción masiva,
y lanzaba bombas atómicas por cada uno de esos dedos
mientras una mueca siniestra le deformaba el rostro ya deformado por los años,
el rostro del Cáucaso, el rostro del hígado devorado.
Caminé por horas junto a Prometeo,
llegaste tarde, dijo son decir,
llegaste cuando tienes mucho que perder, dijo sin decir,
llegaste luego de la acumulación del estío, dijo sin decir,
te tardaste, dijo sin decir,
y Prometeo decía cosas inentendibles y en ocasiones sonreía burlón.
Apuntó hacia el río de sangre,
y coágulos del tamaño de gatos, ni muy grandes ni muy pequeños,
flotan por el río que desemboca en el fin,
en el fin del mundo o en el fin de los tiempos,
ríos de sangre que se lo llevan todo y que todo se lo han llevado.
Prometeo me llevó hasta un pequeño pupitre de madera junto al río.
Me senté.
Me senté y contemplé el río de sangre y los coágulos flotantes del tamaño de gatos,
contemplé, no miré ni observé, contemplé los cadáveres de todos los hombres flotando
rio abajo,
descendiendo.
Contemplé el cielo que se abría desde el horizonte calcinado
y las mujeres, todas las mujeres del mundo que sollozaban,
un alarido al unísono, un alarido terrible que me desagarraba el alma,
las mujeres que sollozaron por siempre por la muerte de los hombres en el fin de los tiempos.
Y el cielo se abría y revelaba las costuras, las cicatrices del universo
que Prometeo miraba con burla.
Y mientras las mujeres sollozaban escribí.
Escribí, digo,
escribí con urgencia,
escribí porque el mundo se acabaría luego,
escribí porque las mujeres sollozaban,
escribí porque el río no traía piedras, sino que coágulos y cadáveres,
escribí con desesperación y fui perdiéndolo todo.
Prometeo se reía burlón y repetía,
tardaste demasiado, te demoraste, te entretuviste en el camino,
repetía,
tienes mucho que perder, lo estás perdiendo todo, nada quedará,
repetía,
llegará el momento en que hagas explosión, explotarás y arrasarás con todo,
repetía,
y escribí, lo oí y seguí escribiendo mientras las águilas venían a nuestro encuentro
y continué escribiendo luego de dar una vuelta al mundo,
continué escribiendo luego de entender como todo terminaría,
escribí mientras el río se enrarecía,
mientras el aire se arremolinaba, escribí,
y seguí escribiendo mientras Prometeo luchaba contras las águilas.
Las águilas y sus garras,
las águilas y sus garras sobre el hígado de Prometeo que luchaba con vigor
mientras continuaba escribiendo.
Y en la orilla del río de sangre se acumulaban los cadáveres de todos los hombres
mientras yo escribía y me olvidaba de comer, de dormir, de caminar, mientras lo perdía todo,
mientras yo escribía nada iba quedando,
te demoraste, pero deberás renunciar a todo,
repetía sin decir Prometeo mientras luchaba contra las águilas,
no debiste acumular, repetía sin decir Prometeo,
y el cielo se oscurecía, se oscurecía, se oscurecía
mientras las mujeres comenzaron a lanzarse al río,
buscando entre los cadáveres los cuerpos de sus hombres,
dejándose llevar, navegando, descendiendo,
río abajo y tiempo abajo
Prometeo y yo luchamos y escribimos. 

POLONIA





POLONIA:

El cielo se partió en dos
cuando se percató del lugar en que estaba:
POLONIA.
Siempre Polonia y todos los caminos
llevan a Polonia, con las luces blancas, luces polacas,
el sonido de un saxo y una voz cetrina en un otoño polaco.
Él es un toro y es brígido el culiao, dice el hombre,
y su boca despide un aliento viñatero mientras el recuerdo de la pelambrera
húmeda y untuosa 
lo invade todo.
En Polonia debió ser más sencillo, piensa,
con otro ritmo y otra paleta de colores,
y no es brígido, está lejos de serlo,
piensa,
y piensa en un escenario alternativo mientras el hombre llora,
llora, digo, digo que llora y lo hace desconsoladamente,
triste, con rabia, el hombre está deshecho y cambia el orden de las cosas,
mientras los sonidos que llegan desde Polonia
se sienten como la pelambrera
húmeda, untuosa, una bóveda abierta que se entrega, que se ofrece,
afirma, niega, obedece y desobedece,
grita, llora, muerde.
Y piensa en que Polonia es cada vez menos su problema, piensa,
y duerme un rato para espantar el extravío,
y los pequeños gemidos que ascienden a gritos lo despiertan,
lo entristecen, aunque tristemente piensa en que ya no es su problema,
Polonia ya no es su problema y trata de recordar
y no recuerda cuándo es que Polonia comenzó a serlo.
Cuando está dormido piensa en eso,
cuando despierta piensa en eso,
y hay palabras que escribe y no dice
porque cree que ha perdido algunos de sus derechos constitucionales,
ha perdido un poco ciertos derechos, piensa,
y hay cosas que no dice, aunque
es
simple,
piensa,
piensa en ello,
en que es simple decir y no decir,
algunos lugares que deberá evitar,
porque está lleno de recuerdos,
tan lleno,
tan lleno,
está tan lleno de recuerdos que piensa en que no quiere más recuerdos,
la mansa guman, piensa, y la pelambrera,
y algunos dientes, un torrente de palabras confusas,
mermeladas, paltas, café, tomates, cerveza;
piensa en Polonia y en la posibilidad de largarse,
de largarse, digo, de irse muy lejos,
piensa en irse y deambular,
ni tan lejos ni por tanto tiempo,
escribir un poco y quemar su pasaporte,
no regresar y esperar a que el tiempo pase, piensa,
porque el tiempo en Polonia no pasa, no fluye,
se congela el tiempo en el invierno polaco,
y allá lejos, tan lejos, hay una verdad brillante,
allá existe una verdad y un perfume
unos huesos, un cabello y hay cosas que carecen de importancia,
piensa,
y ha construido un relato,
una novela extensa acerca de esa verdad,
y quiere hallarla,
dejará Polonia, piensa mientras viaja,
Polonia y la carencia de recuerdos,
Polonia y el tiempo lento,
Polonia y la despedida lenta/larga.
Un teatro:
Dos actores en el tercer acto;
Una obra que ha durado muchos años;
Una tragedia, tal vez;
Él apunta con un revólver y Ella está desarmada;
El fondo es negro;
Él lleva un cartel blanco colgando desde el cuello:
Lo siento, dice.
Ella lleva un cartel blanco colgando desde el cuello:
Polonia, dice.
Él dispara. Se cierra el telón lentamente mientras las luces poco a poco,
lentamente,
con parsimonia,
con tres sinónimos,
comienzan a teñir la escena de rojo y el cuerpo de Ella permanece inmóvil en el suelo.