LA ÚLTIMA RECALADA DE SENZA SCOPO
El capitán Senza Scopo ha
surcado los siete mares:
Pérsico, Negro, Caspio,
Mediterráneo, Adriático, de Arabia.
Está cansado, piensa, y estoy
cansado dice.
Era valiente y arrojado, pero
poco queda de eso hoy.
Senza Scopo ha recorrido el
mundo y se ha cansado en el camino a casa.
Los amigos del Capitán han
muerto ya,
y quienes sobreviven no lo
reconocen, tan cambiado está.
De viejos han muerto algunos y
del silencio los otros, por el silencio,
el silencio del mar tranquilo,
de las algas, de los peces,
el silencio de las horas,
piensa Senza Scopo.
Está viejo y cansado y desea
retirarse,
caminar en tierra firme,
piensa, recorrer callejuelas impensadas,
callejuelas adoquinadas y
abovedadas, cuesta arriba, con un cielo blanco,
el aroma de la albahaca, un
vaso de vino por las mañanas y al almuerzo,
el resto de la botella por las
noches.
Pero Senza Scopo ha olvidado
como caminar en tierra firme.
Los años en el mar lo han
afilado: la piel de cochayuyo, así de oscura,
manos de cartón, de corteza;
Senza Scopo mira siempre a los ojos
ya que aprendió a no confiar y
habla como los marinos el Capitán,
habla un lenguaje aprendido en
el silencio, lengua de fuego.
Senza Scopo desea el retiro
pero sus amigos han muerto ya,
un hogar que no flote, tierra
firme, pero ha olvidado eso o nunca conoció eso.
Está cansado, dice, y el mar
ha cobrado lo suyo, dice.
Se sienta en las maderas
húmedas de la cubierta mientras se acerca al último de los puertos.
Con la espalda hacia el
aflasto, lía un pitillo de tabaco negro. Suspira. Fuma en paz.
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