Acá.
Hasta desfallecer
resistiendo en un infierno de ventanas abiertas.
Se cuela el fuego, el
vacío y la nada, nada más.
Acá.
Donde robo palabras
ajenas que hago mías mientras me rodean más palabras.
Las palabras, las
palabras, las palabras que susurran intimidades
plásticas o herbales,
palabras sangrantes plásticas que se esconden por acá,
en remolinos de fuego
y cartón.
Sintiéndome brillar
como un témpano tomo el lápiz.
Cruzo la carretera
cansado de mirar el polvo, el polvo, si, ese polvo
y no el paisaje sino
que el polvo arremolinado contra el vidrio.
Sintiéndome brillar
como un témpano enciendo una antorcha
Para perseguir a los
demonios.
Y camino. Sí. Camino
una vez más por rutas enrevesadas.
Me quito las gafas y
vuelvo a comenzar.
Cuántas veces más los
caminos serán recorridos,
las rutas difusas
entre la civilización y la barbarie
y enciendo un
cigarrillo de cara al sol.
Sintiéndome brillar
como un témpano cierro un ojo
y continúo hasta no poder
ver lo que veo,
hasta conversar con
los cartones y los demonios franceses,
y sigo caminando
mientras es sol se pone y continúo.
Destino.
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