EICHMAN
EN JERUSALÉN – HANNAH ARENDT
Cristóbal
Vergara Espinoza
La Humanidad siempre ha sabido de odio.
Parafraseando a Foucault, pareciera que la Historia no es más que una inconexa
arena de lucha, un campo de retrocesos y avances signado por la violencia y el
sinsentido. De eso y más habla Hannah Arendt, filósofa política alemana, en Eichman en Jerusalén, profundo y
documentado ensayo que la autora escribió a partir de su experiencia como
corresponsal para la revista The New Yorker en el juicio contra el nazi Adolf
Eichman realizado en Tel Aviv durante 1961.
Al contrario de lo sucedido en los Juicios de
Núremberg, donde los acusados fueron juzgados por el conjunto de las naciones
aliadas y a partir de crímenes cometidos en contra de la Humanidad, el caso de
Eichman destacó desde un principio por su singularidad. Localizado en
Argentina, es secuestrado y sacado ilegalmente del país por el Mossad a
petición expresa del primer ministro Ben Gurión bajo un imperativo de innegable
peso histórico: Eichman sería el primer nazi juzgado por una corte judía y por
crímenes cometidos contra aquel pueblo (nótese la diferencia semántica con
respecto a Núremberg); la idea de fondo buscaba validar la existencia y
jurisdicción del naciente estado israelí. Acusado de implementar la llamada
Solución Final, el teniente alemán es finalmente ahorcado e incinerado en 1962
luego de un controvertido juicio público abierto a la prensa de todo el mundo.
Más allá de la mediatización del caso, lo que motiva
a Arendt a realizar la escritura de su trabajo es la necesidad de reflexionar
acerca del “sujeto Eichman”: ¿Qué motiva a un hombre a participar en el
exterminio sistematizado de un pueblo? Las conclusiones de la autora son tan
valiosas como controversiales. A partir de su observación y análisis, Arendt
afirma que Eichman nunca manifestó tendencias antisemitas o un carácter
retorcido o de inclinaciones violentas. Todo lo contrario, parecía que éste no
era más que un burócrata de uniforme que hizo, de la mejor/peor manera posible,
aquello que le fue encomendado. Esto lleva a la autora a acuñar el concepto de
“la banalidad del mal”: la pérdida de las dimensiones de las propias acciones a
partir de la pertenencia del sujeto a un sistema que le pide realizar acciones
particulares, como el exterminio. Sin ser menos culpable ni disculpables sus
acciones, Eichman encarnó un tipo de personalidad que distaba mucho de la
figura demoniaca presentada por Ben Gurión en Tel Aviv, un sujeto corriente que
sólo actuó motivado por las ansias de hacer un buen trabajo.
A partir de “la banalidad del mal” el sujeto es capaz
de llevar cabo actos como la tortura y el asesinato debido a que el sistema al
cual pertenece le ordena hacerlos desde una extremada verticalidad que banaliza
las consecuencias. Así, lo que Arendt describe en este ensayo es la complejidad
del alma humana, un límite difuso y complejo que relativiza las nociones de
justicia e injusticia en la convulsionada historia del pasado siglo.
Arendt, Hannah. Eichman
en Jerusalén (1964). Barcelona:
DeBols!llo, décima edición: 2014. 440 págs.
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